Paráfrasis de cruz de navajas
- Ximena Rodríguez
- Oct 4, 2016
- 2 min read
La vida duele cuando uno no tiene lo que quiere, lo mismo sucede con el amor.
Hace algunos días todo era tan diferente, mi rutina diaria nunca cambiaba, muy simple sin ningún chiste lo único que hacía era limpiar mi casa para que siempre estuviera reluciente, luego mi mejor mejor momento era tener listo el café para así poderlo beber, eso tal vez me mantenía calmada.
Nunca había estado en un lugar tan solo como lo era mi casa, pareciera que vivía sola, pero no era así; mi esposo Mario trabajaba en un bar que al parecer cerraba muy tarde, casi nunca lo veía, pues nuestro trabajo no nos lo permitía, yo trabajo en un gran almacén por las tardes.
Una madrugada decidí sorprenderlo, me coloqué mi prenda preferida, creí que le gustaría mucho, tenía un color muy llamativo y un encaje bastante peculiar, como ninguno antes había sido. Llegó el momento esperado, eran las 6 de la mañana, él se veía algo agotador y pensé que sería el mejor momento para relajarse, entró al cuarto, pero su cara era diferente, como de decepción, intenté convencerlo de que hubiera algo entre los dos, pero su respuesta fue "No María, hoy no quiero nada siempre es lo mismo ya me cansé y para colmo esto ya pasó a ser demasiado aburrido" Me harté de sus majaderías, así que tomé un profundo respiro y me dirigí por mi café.
Al día siguiente, en la madrugada, vi que Mario llegó muy temprano, me sorprendí, así que mejor le pregunté y me respondió "María el bar fue cerrado y mi trabajo terminó". En la mañana Mario salió a caminar, nunca pensé que se dirigiría hacia el parque, me puse muy nerviosa, pues Mario me encontró junto con mi entrenador de yoga en una banca, nos estábamos besando apasionadamente. De pronto fue tanto su odio, que todos sus sentimientos empezaron a brotar como chispas de fuego, su furia era incontrolable, pues esa imagen nunca se borraría de su cabeza, empezó a gritar, tan rápido los dos empezaron a pelearse, así que para defenderse mi entrenador sacó una navaja que portaba en sus bolsas del pantalón, se la clavó a Mario en el pecho, fui testigo de tanto dolor y odio en sus ojos. Después de unas horas, la policía me interrogó, me puse nerviosa y quise defender al hombre que cumpliría mis gustos y me llenaría de satisfacciones lo que resta de mi vida. En pocas palabras lo que respondí fue que habían sido dos drogadictos que estaban fuera de control e intentaron asaltarlo pero el se negó.
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